Transformar vidas entre rejas
En centros penitenciarios de la ciudad de México, personas voluntarias de Cruz Roja no sólo salvan vidas, sino que dejan un efecto dominó de compasión hacia los demás.
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Por:
Malcolm Lucard
Editor de RCRC
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Fotos:
ICRC
Estas son solo algunas de las creencias que obstaculizan la labor de los sanitarios y los voluntarios cuando visitan las comunidades para sensibilizarlas sobre las técnicas de prevención, proporcionar vacunas o enterrar de forma segura a quienes han sido víctimas de la enfermedad.
En un principio, tales posturas pueden parecer escandalosas e irracionales. Después de todo, los sanitarios y los voluntarios arriesgan su vida para salvar a otros de una enfermedad infernal. Entretanto, las noticias que dan los medios de comunicación e incluso los mensajes de las organizaciones humanitarias a veces dan pábulo a la idea de que esos altos niveles de desconfianza en las motivaciones humanitarias se deben a la ignorancia o se basan en supersticiones y temores irracionales.
Pero incluso quienes arriesgan su vida en la lucha contra el ébola opinan que no se debería juzgar tan rápido. Es importante entender que a menudo, incluso detrás de los rumores más sensacionalistas, hay una parte de verdad. Tratemos de imaginar cómo reaccionaríamos nosotros ante una crisis semejante si estuviéramos en su lugar.
Consideremos lo siguiente: miles de personas han muerto en Kivu Norte a causa de la violencia armada en la última década, pero solo un puñado de organizaciones han ayudado a las personas afectadas en la región a sobrellevar esa realidad. Cuando comenzó el brote de ébola, empezaron a llegar muchas más organizaciones, con vehículos todoterreno, equipo de alta tecnología y ropa de protección.
«Las comunidades se dieron cuenta de que, de repente, el ébola empezó a captar toda la atención internacional, pero no así las matanzas, que para ellas eran mucho más mortíferas que la enfermedad», asegura Eva Erlach, encargada de participación comunitaria de la Federación Internacional.
Además, el ébola y el conflicto armado no son los únicos problemas que enfrenta la gente aquí. «Es importante recordar que en la República Democrática del Congo mueren más personas de paludismo y en un parto que de ébola”, señala Gwendolen Eamer, responsable principal de salud pública en situaciones de emergencia. «Es el segundo brote de ébola más grande de la historia, pero el número de vidas que se ha cobrado es bien inferior al de muchas otras causas de muerte».
Teniendo esto presente, examinemos la idea de que las crisis se fabrican para que los trabajadores humanitarios puedan ganar dinero. “En mi opinión, esto no es correcto», observa Eamer. «Pero es cierto que cuando se producen crisis como ésta, el sector humanitario recauda dinero y emplea a mucha gente».
Si bien algunos rumores (el ébola no es real, por ejemplo) son claramente falsos, pueden parecer plausibles porque la otra parte del rumor (los trabajadores humanitarios ganan dinero con la enfermedad) tiene algo de verdad.
Está también la creencia de que los trabajadores humanitarios o los sanitarios son los que propagan la enfermedad. Aunque no hay prueba alguna de que esto se haya hecho intencionalmente, ha habido casos de personas que se contagiaron con el virus del ébola después de visitar un dispensario por otra razón.
Como no hay fuentes de información en las que pueda confiar la población en general, a lo que se agrega el desmoronamiento de muchas estructuras sociales debido al conflicto, estas verdades a medias encuentran un terreno fértil para difundirse y tomar cuerpo. En este entorno, la gente tiende a creer lo que escucha de las personas en las que confía: familiares, vecinos o líderes locales.
Para Eamer, la lección importante es que, para ser eficientes en la lucha contra el ébola, los trabajadores humanitarios no deben ofenderse ni ponerse a la defensiva. «En muchos de los casos la falta de confianza proviene de determinada realidad», asegura Eamer. «Hay algo de verdad o está basado en alguna verdad. Solo se requiere un poco de tiempo para ponerse en el lugar del otro».
Cuando se entiendan mejor esas percepciones, los trabajadores humanitarios podrán atender a las preocupaciones utilizando mensajes específicos. Este enfoque de sentido común no es nada nuevo. En los últimos años, la participación comunitaria y la rendición de cuentas a la comunidad (CEA) se han vuelto elementos imprescindibles para comprender las necesidades de las personas, desde los refugiados en Bangladesh hasta las comunidades migrantes en Sudamérica.
Hoy la Federación Internacional ha llevado este esfuerzo a un nuevo nivel, introduciendo el primer mecanismo sistemático para conocer las percepciones e ideas de la comunidad cuando está viviendo una situación de emergencia. En el mundo de la asistencia, esto se denomina a veces «el rastreo de rumores». Pero dado que esta terminología presupone que el sentimiento de la comunidad carece de legitimidad, la Federación Internacional lo ha llamado «sistema de retroalimentación comunitaria de la Cruz Roja«.
Para hacer frente al ébola en la República Democrática del Congo, este sistema cuenta hoy con la participación de unos 700 voluntarios que llevan a cabo consultas directas (hasta ahora se han realizado más de 130.000) en el marco de su labor.
«Vamos de comunidad en comunidad y a menudo de puerta en puerta con el mensaje de que el ébola es real y de que el ébola mata», cuenta Cheick Abdoulaye Camara, encargado de participación comunitaria de la Federación Internacional en la República Democrática del Congo. «En el proceso, vamos recolectando mucha información útil, como cuando nos dicen: ‘Ustedes nos aconsejan que nos lavemos las manos, pero no tenemos ni jabón, ni lavabos'».
Uno de esos voluntarios de «participación comunitaria y rendición de cuentas» es Deborah, que se encarga de sensibilizar sobre el ébola yendo de puerta en puerta, organizando sesiones de educación comunitaria, interviniendo en emisiones de radio locales o produciendo espectáculos de teatro callejero.
Es fundamental atender a las preocupaciones y necesidades específicas de las comunidades —dice— porque con el ébola cada segundo cuenta. «El virus es realmente peligroso y puede inducir a error, ya que sus síntomas se asemejan a los del paludismo, la fiebre tifoidea o el cólera», asegura Deborah. «El ébola se propaga porque la gente infectada no busca tratamiento y algunos incluso se esconden».
Los datos, introducidos en una hoja de cálculo por voluntarios de la Cruz Roja, son analizados en el Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos y luego dados a conocer en un panel de control en línea protegido e interactivo a otros actores como MSF, Oxfam, Unicef y la OMS. «Este tipo de seguimiento de las percepciones e ideas de la comunidad ya se ha utilizado antes, pero nunca en esta escala o coincidencia en lo que se refiere a los datos», observa Ombretta Baggio, asesora principal de participación comunitaria de la Federación Internacional.
A veces los datos señalan necesidades muy prácticas, como jabón o lavabos, o pueden abordar cuestiones más complejas, como la vacunación. Es importante responder a preguntas como, por ejemplo, ¿por qué algunas personas se vacunan y otras no?, si no la gente puede sacar sus propias conclusiones. Por ejemplo: ¿la vacunación es solo para personas con vinculaciones familiares o políticas?
Podemos responder a sus preguntas y explicar la estrategia de inmunizar primero a los sanitarios y después el concepto de la vacunación en anillo y así promover la confianza en los tratamientos y el compromiso de seguirlos», asegura Baggio, refiriéndose a la práctica de crear un «anillo» de vacunaciones alrededor de la persona enferma, dirigiéndose primero a cualquier persona que haya tenido contacto con un enfermo y luego a aquellos que hayan tenido contacto con esa persona.
Según un artículo escrito en coautoría por Baggio, Camara y Christine Prue para Humanitarian Practices Network (solo en inglés), la retroalimentación dio lugar a algunos cambios concretos en la forma de hacer determinadas cosas:
Los datos también ayudan a afinar estrategias de comunicación más amplias, así como a priorizar y coordinar los mensajes. «Es verdad que la confianza se debilita si cada actor externo llega a ellos con información y mensajes diferentes», señala. «También daña la confianza si la ayuda material o los mensajes no responden a las necesidades y preocupaciones de la gente».
La etapa siguiente es velar por que la información no solo sirva para crear nuevos mensajes, sino que también contribuya a llevar a cabo las operaciones. «A medida que aumenta la confianza, se obtiene más y mejor información, lo que conduce a una mejor respuesta, luego a una mayor confianza y así sucesivamente», explica Baggio.
A su vez, las organizaciones humanitarias tienen que tener confianza en las comunidades a las que prestan ayuda. «Las comunidades a menudo tienen buenas propuestas, pero estamos a veces demasiado ocupados para escucharlas», observa Baggio.
Aun así, subsisten algunas carencias. Por ejemplo, no hay datos de las llamadas «zonas rojas», es decir, donde el conflicto limita el acceso. Sin embargo, en el contexto de
la lucha contra el ébola, la red de voluntarios y miembros del personal de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, junto con los colaboradores del CICR cuya presencia en la República Democrática del Congo se remonta ya a muchos años atrás, podría aportar un valor único en lo que respecta a dar participación, promover la confianza y, en último término, permitir que la población local se identifique con la respuesta (una de las razones por las que la Federación Internacional publicó el año pasado una guía para el establecimiento de un sistema de retroalimentación basado en la confianza de la comunidad). Baggio dice: «La Cruz Roja puede aportar muchísimo para reavivar la confianza de la población».
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