Transformar vidas entre rejas
En centros penitenciarios de la ciudad de México, personas voluntarias de Cruz Roja no sólo salvan vidas, sino que dejan un efecto dominó de compasión hacia los demás.
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Suchat, de 49 años, un jefe de aldea migrante, con su hija, en la única sala de clases para la comunidad migrante ubicada en las afueras de Chiang Mai. Fotografía: Mirva Helenius/Federación Internacional
Hace veintitrés años, después de cinco días de caminata por la selva , una muchacha de la etnia shan en avanzado estado de gestación pisó por primera vez suelo tailandés tras huir de los disturbios y la pobreza en Myanmar. Exhausta y asustada, Nang Ou no sabía lo que el futuro le depararía.
Afortunadamente, le trajo algo bueno: su hijo, Tee Nayord. Pero la joven madre, confundida, no sabía lo importante que era inscribir a su hijo en el registro civil. Había cruzado ilegalmente la frontera y estaba demasiado asustada para ir al hospital y anotar el nacimiento de su hijo.
Hoy, Tee Nayord tiene 23 años y es uno de los muchos migrantes apátridas de la etnia shan de Myanmar que viven en Tailandia. Trabaja para otros migrantes en un nuevo centro de recursos que los atiende en Chiang Mai, ciudad situada al noroeste de Tailandia, lo que es motivo de preocupación para su madre pues se expone a problemas legales.
Antes de entrar al centro, trabajaba todos los días llevando sacos de arroz por unos cuantos bahts tailandeses, lo suficiente para llegar a fin de mes. “Era un trabajo físico y no necesitaba pensar. Simplemente seguía las órdenes de mi jefe”, recuerda Tee Nayord.
“Trabajar en este proyecto me ha llevado a reflexionar sobre temas más amplios que nos atañen directamente a mí, a mi familia y a mi comunidad. Es un cambio positivo enorme para mí”.
De los estimados 3 a 4 millones de emigrantes de Myanmar que hay en Tailandia, unos 300.000 viven en la zona de Chiang Mai. La mayoría son shan que llegaron a Tailandia en busca de un lugar seguro para vivir, oportunidades de trabajo y mejores perspectivas para ellos y sus familias.
El centro ayuda a los migrantes shan en las localidades ubicadas en las afueras de Chiang Mai a adaptarse a la sociedad tailandesa, aprender el idioma y comprender las opciones y obligaciones legales. Chiang Mai, la “Rosa del Norte”, no solo atrae a los turistas sino que también necesita mano de obra barata para la construcción, la agricultura, la confección y la industria hotelera. Lamentablemente en su afán de lucro, las empresas locales no siempre otorgan a los trabajadores migrantes los beneficios, derechos y protecciones consagrados en el derecho laboral de Tailandia.
En Tailandia, los inmigrantes shan suelen ser objeto de prejuicios, aislamiento y discriminación por su origen étnico y su situación jurídica. La joven Nong Harn, de 19 años, ya ha sufrido esto en carne propia y a menudo se le han cerrado las puertas de acceso al mercado de trabajo. “Los empleadores deberían juzgarte por tus competencias y no por la nacionalidad “, asegura.
Al igual que en muchos otros países, los inmigrantes en Tailandia a menudo deben encarar solos sus problemas. A pesar del mecanismo de quejas establecido recientemente por el gobierno en Chiang Mai para los trabajadores migrantes, los shan, especialmente aquellos que carecen de documentos legales y no hablan tailandés, todavía recurren a la ayuda de la sociedad civil y las comunidades de migrantes.
Por estas razones, Life Skills Development Foundation se propuso capacitar, educar y ofrecer otras otras alternativas a los migrantes. “Con las competencias y conocimientos adecuados, los migrantes que desempeñan una función de líder pueden ayudar a las comunidades shan a entender sus derechos y apoyarlos en situaciones difíciles”, explica Kreangkrai Chaimuangdee, director ejecutivo de esta organización.
“Son el mejor recurso para desarrollar servicios dirigidos a los migrantes porque, al formar parte de la comunidad, tienen en cuenta las necesidades y preocupaciones reales de los migrantes”.
“Originalmente este proyecto fue elaborado para los migrantes y hoy son ellos los que lo dirigen”.
Con el apoyo de la Federación Internacional, la Life Skills Development Foundation ha establecido cinco centros que abren todos los días sus puertas para ofrecer a los migrantes cursos de tailandés, inglés y shan, talleres destinados a fomentar la autoestima y la motivación, así como cursos de liderazgo, organización, informática y planificación. Lo importante de este programa es que los cursos de capacitación son diseñados e impartidos por migrantes para migrantes.
Pattama, de 22 años, trabaja en una lavandería de ocho de la mañana a seis de la tarde por un salario de 7.000 baht (unos 200 dólares) al mes. También asiste, como muchos otros migrantes, a los cursos gratuitos de tailandés. Esta muchacha llegó a Tailandia hace seis años con su hermana; su madre se quedó en el estado de Shan.
“Cuando llegué a Tailandia no hablaba tailandés, así que lo primero que compré fue un diccionario de bolsillo —dice Pattama—. Siempre quise seguir cursos de tailandés pero no podía pagármelos, así que valoro realmente estas lecciones gratuitas. Sabiendo el idioma, espero conseguir un trabajo mejor remunerado y menos exigente físicamente”.
Organizaciones de la sociedad civil como la Life Skills Development Foundation y la Fundación MAP realizan programas radiales en lengua shan. Además de recibir información importante, los migrantes pueden hablar por teléfono y discutir temas de importancia para sus comunidades. Ahora que el centro tiene una mayor aceptación en la comunidad y con las autoridades, incluso la madre de Tee Nayord se siente más a gusto con el trabajo que efectúa su hijo con los migrantes sin patria.
“En un comienzo no veía con buenos ojos que participara en este proyecto, porque me parecía que era arriesgado —dice Nang Ou—. Pero hoy estoy muy orgullosa de mi hijo. Es una buena persona y trabaja duro para ayudar a otros migrantes”.
Tee Nayord, de 23 años, un muchacho shan de Myanmar que trabaja en favor de los demás migrantes de su etnia en un centro de recursos apoyado en parte por la Federación Internacional en Chiang Mai (Tailandia). Fotografía: Mirva Helenius/Federación Internacional
Hace más de una década que la Cruz Roja Tailandesa proporciona atención dental gratuita a los migrantes y a otros grupos desfavorecidos gracias a unos dispensarios móviles instalados en un vehículo que puede trasladarse con todo el equipo indispensable hasta la puerta de la casa de las personas que necesitan un servicio dental.
“Es un servicio gratuito, rápido y de alta calidad”, asegura Pavinee Yuprasert, subdirector de la División de Socorro de la Oficina de Ayuda y Salud Comunitaria de la Cruz Roja Tailandesa.
Situada a una hora de Bangkok, la provincia de Samut Sakhon es una de las zonas de elaboración industrial de productos marinos más grandes de Tailandia. Se calcula que al menos 200.000 emigrantes de Myanmar trabajan en Samut Sakhon en el sector de industria pesquera. Muchos de ellos viven y trabajan en Mahachai, un puerto a unos 45 km al suroeste de Bangkok. Mahachai también tiene uno de los mercados de pescado más grandes del país.
Una vez al mes, la Cruz Roja Tailandesa instala un dispensario dental móvil en los lugares donde trabajan y viven la mayoría de estos inmigrantes. Desde temprano en la mañana, la gente espera su turno; muchos regresan dos o tres veces más para continuar un tratamiento.
Durante cada visita a Mahachai, los dentistas de la Cruz Roja Tailandesa prestan a unos 20 pacientes servicios que tienen en cuenta la situación de los migrantes. Los casos complicados, en especial los que requieren cirugía, se derivan al hospital de la ciudad.
Muchos de los migrantes que trabajan en la industria pesquera tienen horarios largos e irregulares, lo que les impide dejar el lugar de trabajo por mucho tiempo.
Mao, de 45 años, vive en Mahachai desde hace cinco años y al principio trabajó como pescador en los barcos pesqueros. Pero hoy, debido a su edad y estado de salud, ya no puede hacer ese tipo de tareas pesadas y se dedica a limpiar las cestas para el pescado.
“Trabajo todos los días del año, salvo el día de Año Nuevo. Estoy de guardia todo el tiempo para ir a trabajar cuando llega un barco”, señala Mao.
Tiene seguro médico, pero le resulta difícil dejar el puerto para asuntos que no son urgentes, como el cuidado dental. “Me llevaría horas y me arriesgaría a tener problemas en el trabajo si no estoy disponible. Así que prefiero este servicio que está muy cerca de mi lugar de trabajo y de la habitación donde duermo”, dice Mao.
Un alimento saludable y ecológico procedente del mar se ha convertido en un ingrediente esencial en los esfuerzos de las comunidades isleñas para capear las terribles tormentas.