Transformar vidas entre rejas
En centros penitenciarios de la ciudad de México, personas voluntarias de Cruz Roja no sólo salvan vidas, sino que dejan un efecto dominó de compasión hacia los demás.
vc_edit_form_fields_attributes_vc_
En la ciudad de Kodok (Sudán del Sur), un niño en una escuela destruida, donde desde hace meses no hay clases debido al recrudecimiento de los combates en la zona. Fotografía: Jason Straziuso/CICR
Desde las interminables hileras de tiendas en el campamento de refugiados de Dadaab, en el este de Kenia, hasta las laderas del Monte Olimpo en Grecia, pasando por los estrechos apartamentos ubicados en los asentamientos de refugiados de larga data de Líbano y Siria, están repartidos los cerca de 65 millones de desplazados que hay en el mundo.
Por debajo de su terrible situación y de sus condiciones de vida desastrosas una crisis menos visible no cesa de crecer. Mientras los conflictos se hacen cada vez más prolongados y la violencia crónica es una realidad permanente en algunos lugares, más y más niños entran en la edad adulta sin haber recibido una educación digna de ese nombre.
O, como en el caso de Salim Salamah, de 25 años, han tenido que interrumpir bruscamente sus estudios. Salamah creció en el asediado campamento de refugiados palestinos de Yarmuk, en las afueras de Damasco (Siria). Dado que este campamento, que tiene ya seis decenios de existencia, se ha convertido con el tiempo en una comunidad relativamente estable, Salamah pudo cursar estudios de derecho hasta que el conflicto de Siria lo obligó a convertirse en refugiado por segunda vez.
“Tener acceso a la educación no significa solamente ir a la escuela o tener profesores”, aseguró a Cruz Roja Media Luna Roja. “Significa también que hay un entorno familiar o social que puede respaldar el proceso educativo”.
Los niños tienen que ir a la escuela en condiciones de seguridad y sentirse seguros cuando están allí. Los padres no pueden ser tan pobres que obliguen a sus hijos a trabajar o mendigar para sobrevivir. Las comunidades necesitan estabilidad para poder invertir en el futuro.
En muchas partes del mundo las crisis perduran por décadas y no se vislumbra ninguna solución para los problemas que causan el desplazamiento masivo o la violencia crónica, razones que fundamentan la necesidad de una educación en situaciones de emergencia.
Una demanda creciente
Ante la creciente demanda, las principales organizaciones humanitarias (entre ellas el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja) han suscrito diversos llamamientos para redoblar los esfuerzos a fin de hacer llegar la educación a las personas que la necesitan. Dos importantes cumbres internacionales celebradas en 2016 formularon compromisos en el ámbito de la educación.
La Cumbre Humanitaria Mundial, que tuvo lugar en Estambul en mayo de 2016, reveló que sólo el 2% de la financiación humanitaria se destina a la educación. Ante este hecho, se creó el fondo “La Educación No Puede Esperar” con el objetivo de reunir 3.850 millones de dólares en un período de cinco años y poder asegurar así que todos los niños y jóvenes afectados por crisis tengan una educación segura, gratuita y de calidad para 2030.
Luego, en septiembre, los líderes mundiales, reunidos en una cumbre centrada en el tema de los refugiados, se comprometieron a recaudar 4.500 millones de dólares para aumentar los emplazamientos destinados al reasentamiento en el mundo y facilitar la matriculación escolar, la construcción de aulas, la formación del profesorado y la racionalización de los programas de educación para refugiados.
Para muchos en el Movimiento, no cabe duda de que la educación es un imperativo humanitario. “En virtud del derecho internacional humanitario, hay normas específicas destinadas a garantizar que, en situaciones de conflicto armado, la educación pueda continuar y que estudiantes, profesores y establecimientos educativos estén protegidos”, señala Geoff Loane, que coordina el debate en torno a la educación en las emergencias en el marco del CICR. “Lo importante es que los propios desplazados y otras personas afectadas por las crisis piden educación”.
En otros contextos, las Sociedades Nacionales y la Federación Internacional están estudiando nuevas iniciativas y examinando a la vez lo que pueden hacer para ampliar los programas existentes. “Por lo general, [la educación] es responsabilidad de los gobiernos y no los sustituimos en ese papel”, acota Tiziana Bonzon, responsable de la célula de coordinación sobre migración de la Federación Internacional. En este contexto, la Federación Internacional apoya a las Sociedades Nacionales que tratan de facilitar el acceso a las instituciones educativas, brindar servicios de educación básica y promover una cultura de tolerancia, lo que ayuda a los niños de los grupos marginados a sentirse más seguros y mejor acogidos en las escuelas.
Lo que está haciendo el Movimiento
Sin embargo, las iniciativas educativas emprendidas en el mundo por el Movimiento son muy diversas y contextualizadas y se fundan en las necesidades del lugar, las historias particulares de cada país y la crisis que lo afecta.
La mayoría de las actividades del Movimiento en el ámbito de la educación giran en torno a preocupaciones humanitarias, tales como enseñar a las comunidades las nociones de higiene, primeros auxilios o la reducción del riesgo de desastres; explicar la importancia de respetar el derecho internacional humanitario (DIH) a las fuerzas armadas o grupos armados; trabajar con los jóvenes en las comunidades y escuelas locales para reducir las repercusiones de la violencia; o impartir formación profesional para ayudar a la población a recuperarse de una crisis.
En algunos casos, la educación que imparten los componentes del Movimiento es muy especializada: formación médica en hospitales administrados por las Sociedades Nacionales; cursos del CICR en cirugía de guerra o DIH; formación veterinaria para la protección del ganado en las zonas afectadas por la guerra; asociaciones con instituciones académicas para el estudio de asuntos humanitarios.
Para las personas que viven en las zonas de conflicto o de violencia crónica, o que han sido desplazadas por los combates o un desastre natural, el Movimiento suele apoyar la enseñanza que se ofrece en las escuelas locales, crea espacios seguros en los que las clases pueden darse bien o permite el acceso a la educación a las personas que carecen de recursos o no gozan de seguridad ni de aceptación social.
En las zonas afectadas por altos niveles de violencia crónica, como por ejemplo en América Latina, el CICR colabora con las Sociedades Nacionales y las autoridades locales para promover entre los jóvenes un comportamiento que contribuya a reducir la violencia armada.
Los proyectos que se realizan en 100 escuelas de Brasil, Colombia, Honduras y México suelen llevar aparejados esfuerzos más amplios a fin de mitigar el efecto de la violencia: por ejemplo, enseñar a los estudiantes qué actitud adoptar ante incidentes violentos, capacitar a los jóvenes en primeros auxilios, aumentar el conocimiento de los principios humanitarios y promover un acceso más seguro a la asistencia de salud.
Juntas, esas iniciativas conforman un entorno más favorable para el aprendizaje. En el estado de Río de Janeiro (Brasil) por ejemplo, las escuelas que participan en el proyecto han logrado retener y contratar a profesores, mejorar el rendimiento escolar de los alumnos y reducir la tasa de deserción escolar.
Subsanar deficiencias, permitir el acceso
Aunque ninguna de estas iniciativas supone el tipo de educación general (lectura, escritura, matemáticas, ciencia, historia, artes) que muchos están pidiendo con urgencia, muchas hacen un gran aporte.
“Lo que estamos haciendo en algunos contextos es tratar de eliminar las barreras, o las deficiencias en la protección, que se interponen en el camino de los niños que van a la escuela”, señala Hugo van den Eertwegh, asesor en riesgo y gestión de seguridad para el CICR.
Se trata a menudo de una tarea multidisciplinaria, añade Monique Nanchen, asesora del CICR en actividades de protección del niño. “Nuestros equipos de agua y hábitat, por ejemplo, se esfuerzan por renovar y estabilizar los edificios escolares y hacer que sean más seguros para los niños. En algunos casos, los delegados ayudan a las escuelas a crear planes de evacuación y realizar simulacros o colaboran con los voluntarios de las Sociedades Nacionales u otros asociados para explicar a los estudiantes cómo evitar los riesgos que representan las minas u otras municiones sin estallar”.
En situaciones de conflicto o de violencia extrema, el CICR, como intermediario neutral, también puede desempeñar un cometido particular, mediante el diálogo con las fuerzas armadas, los grupos armados o las bandas criminales, a fin de generar más respeto para las escuelas y la seguridad de los niños que van a la escuela. Mientras tanto, la experiencia del CICR en materia de derecho internacional humanitario le permite instar a la comunidad internacional a que respete más las normas internacionales que protegen la educación en situaciones de conflicto.
Por su parte, las Sociedades Nacionales y la Federación Internacional también participan activamente en los esfuerzos para colmar las carencias y promover un mayor acceso a la educación. En numerosos países, las Sociedades Nacionales hacen participar a las comunidades en el programa de la Federación Internacional “Los jóvenes como agentes del cambio de comportamiento”, cuyo objetivo es hacer participar a los jóvenes en actividades artísticas, deportivas o de primeros auxilios, destinadas a promover la no violencia y la no discriminación y permitir un mayor acceso a la educación a los grupos marginados.
En Madagascar, por ejemplo, la Cruz Roja de Madagascar toma parte en el proyecto Ampinga, cuyo objeto es combatir el acoso y la violencia que han llevado a que en algunas escuelas la tasa de absentismo alcance un 25%. Este programa, apoyado por la Federación Internacional y realizado en colaboración con un grupo de la comunidad, ofrece un espacio seguro en el que los estudiantes pueden hablar de los actos de violencia perpetrados contra ellos o que ellos mismos cometieron. Estas personas también hacen frente al miedo, la depresión y el absentismo inducidos por la violencia y aprenden maneras de manejar la ira, calmar las tensiones y promover respuestas más sanas a los desacuerdos y diferencias.
En la mayoría de los casos, las Sociedades Nacionales lideran esos esfuerzos, con el respaldo del CICR, la Federación Internacional y las Sociedades Nacionales de otros países. Desde 2012, por ejemplo, la sección de Chihuahua de la Cruz Roja Mexicana se ha dedicado a favorecer un ambiente en el que los jóvenes tengan un acceso más seguro a la educación en Ciudad Juárez, situada en la frontera mexicana con Estados Unidos y cuyas tasas de violencia son muy altas.
El proyecto, apoyado por el CICR y realizado en colaboración con las autoridades educativas locales, ofrece espacios de diálogo abierto entre estudiantes y entre estudiantes y profesores sobre los valores humanitarios fundamentales y la realidad de la vida cotidiana.
Además de orientar sobre cómo hacer frente de manera más segura a episodios violentos, el apoyo psicosocial se ofrece poniendo a disposición a personas que ayuden en la escuela y llevando a cabo actividades como arte, deportes, teatro y música.
En algunos contextos, como campamentos de refugiados o zonas urbanas donde las personas migrantes se instalan de manera informal, otra forma importante de solucionar el problema es creando “espacios adaptados a los niños”, que den a los padres cierta garantía de seguridad y a los niños un aprendizaje básico, integración social o apoyo psicológico. Sin embargo, el nivel de educación que se ofrece —por lo general, mediante un asociado externo— varía enormemente. Si bien los niños tienen la posibilidad de aprender idiomas y arte y de participar de otras actividades terapéuticas que les ayudan a expresarse sobre sus vivencias o a sobrellevar su nueva situación, en pocos de estos espacios se les propone algo parecido a una enseñanza primaria completa.
Si bien todas estas iniciativas están aportando mucho, en general se reconoce que se podría contribuir mucho más gracias a la experiencia del Movimiento en la realización de este tipo de iniciativas. Pero ¿hasta dónde deberían llegar los componentes del Movimiento, considerando la magnitud de las tareas que ya efectúan y los pocos recursos de que disponen para satisfacer incluso las necesidades físicas básicas?
En la Comuna 13 de la ciudad de Medellín en Colombia, los estudiantes de la escuela pública Eduardo Santos participan en una sesión de instrucción en comportamientos seguros, que incluye un simulacro de planificación, desarrollo y evaluación de respuestas seguras a la violencia armada. La sesión forma parte del proyecto de Violencia Urbana, organizado para mitigar las consecuencias humanitarias de la violencia armada urbana en las comunidades. Fotografía: Erik Tollefsen/CICR
Trabajar con los asociados y utilizar la tecnología
El Movimiento no es el único que se hace esta pregunta. Muchas organizaciones humanitarias, grandes y pequeñas, se ven ante retos similares. Muchas también, según indican, han integrado de alguna forma los esfuerzos educativos a sus áreas de competencia. Por ejemplo, la Fundación Karam, de financiación privada, con sede en Estados Unidos, trabaja con las familias sirias en el sur de Turquía, donde los niños sirios suelen verse forzados a trabajar porque sus padres no pueden llegar a fin de mes.
Al menos dos tercios de los 700.000 niños sirios en edad escolar en Turquía no reciben una educación formal, pero se están realizando esfuerzos para apoyarlos en los centros temporales de aprendizaje dirigidos por el gobierno turco y las organizaciones sirias independientes.
“Proporcionamos transferencias de efectivo a los padres a condición de que sus hijos vayan a la escuela, lo que mejora enormemente la asistencia”, asegura Lilah Khoja, coordinadora de actividades de promoción.
Habida cuenta de la falta de profesores capacitados, la insuficiencia de fondos, el aislamiento geográfico de los refugiados en los campamentos y las restricciones para viajar, la tecnología también podría desempeñar un papel importante. A nivel comunitario, la empresa social Techfugees ha organizado reuniones de ámbito europeo para que la comunidad de tecnología dé respuestas que tengan en cuenta las necesidades de los refugiados. Las soluciones propuestas son la educación a distancia por medio de Internet y la utilización de aplicaciones para abordar temas específicos.
Para Josephine Goube, jefa de operaciones, las ideas no faltan. “El sector humanitario no debe quedarse atrás y aceptar estas innovaciones y apoyar la infraestructura en las que se basan estas soluciones (por ejemplo, Internet o hardware)».
Efecto global
Sin embargo, no todos los límites de lo que pueden hacer los trabajadores humanitarios dependen de los recursos. En algunas situaciones de conflicto o violencia, los elementos esenciales del plan de estudios (historia, identidad cultural, política y economía) pueden ser objeto de tensión. El uso de un determinado plan de estudios, por lo tanto, podría considerarse contrario a la posición de neutralidad del Movimiento.
En otros casos, las organizaciones humanitarias tendrán que mostrarse atentas al riesgo de verse demasiado implicadas en los objetivos de desarrollo (de los cuales la educación suele ser una piedra angular) cuando estos obedecen a consideraciones políticas controvertidas o que son una de las causas fundamentales del conflicto.
Con el fin de hallar el justo equilibrio entre todas estas exigencias, el CICR, la Federación Internacional y las Sociedades Nacionales dicen que seguirán trabajando en común y coordinando sus diversos enfoques, asignando funciones y ofreciendo orientación sobre cómo trabajar con los asociados externos.
Si bien quedan muchas preguntas por responder, todos coinciden en que el Movimiento puede hacer un aporte significativo basándose en sus puntos fuertes y creando, como propone Salamah en sus comentarios, un entorno global en el que el aprendizaje se vuelva una posibilidad real. Para Salamah, su experiencia en el campamento de Yarmuk muestra que con un entorno estable, la educación es posible, incluso en la difícil situación de un desplazamiento de largo plazo. “Teníamos un sentido de comunidad, lo que te da una sensación de seguridad y estabilidad. Esto es lo que tenemos que crear en los lugares donde están los refugiados hoy”, asegura.
Los estudiantes de la escuela primaria Santulan, en la ciudad de Malabon, que forma parte del área metropolitana de Manila (Filipinas) participan en una lección sobre la reducción del riesgo de desastres y otras cuestiones humanitarias impartida por la Cruz Roja de Filipinas.
Fotografía: Madeline Wilson/Federación Internacional
Las leyes destinadas a limitar el apoyo a los grupos considerados
«terroristas» están repercutiendo en la asistencia humanitaria.