Transformar vidas entre rejas
En centros penitenciarios de la ciudad de México, personas voluntarias de Cruz Roja no sólo salvan vidas, sino que dejan un efecto dominó de compasión hacia los demás.
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En una pequeña casa de color durazno situada en Bishkek (Kirguistán), el Centro de asistencia médico-social brinda a pacientes con enfermedades graves cuidados paliativos y la mejor oportunidad posible de disfrutar de la vida.
A sus 55 años, Myskal Mykambetova ha vivido ya una vida muy plena. Tras graduarse en la escuela de pedagogía, se casó, trabajó en el teatro y en una mina de oro, y formó una familia numerosa. Se siente muy orgullosa de ser madre y abuela.
«Cuando nació mi hijo me sentí muy feliz», dice. «Estoy muy orgullosa de haber criado bien a mis hijos. Les ayudé a elegir el camino correcto».
«Veo a mis nietos. Se portan muy bien».
Pero hace unos años, su vida dio un vuelco inesperado. En 2013, le extirparon un riñón y apareció un bulto en su lugar. «Me recuperé tras la operación, pero acabé así», cuenta desde su cama. «No puedo caminar».
Mykambetova se encontró en una situación muy difícil, en la que muchas personas acaban encontrándose: necesitando cuidados casi en forma permanente, pero sin un lugar al que ir, ni recursos para asumir los gastos, ni familiares que pudieran prestar todos los cuidados necesarios. «Mis hijos trabajan, así que no había nadie que pudiera cuidarme», cuenta.
Afortunadamente, unos años antes, la Media Luna Roja de Kirguistán se dio cuenta de que cada vez más personas de la región estaban en la misma situación. Así que abrió el Centro de asistencia médico-social, que ahora se halla en un pequeño edificio de una sola planta de color durazno rodeado de rosales blancos y rojos en Bishkek (Kirguistán).
«Los cuidadores están siempre a mi alrededor», dice Mykambetova, preguntándome lo que deseo. Son muy buenas personas. Todavía me mantengo en contacto con los trabajadores que se fueron y, a veces, también me visitan».
Las enfermeras ayudan a los pacientes a tomar su medicación, lidiar con los ataques de dolor intenso, les llevan la comida y los mantienen limpios, sanos y lo más contentos posible dadas las circunstancias.
«Cuando pienso cosas que me asustan, lloro mucho», dice Mykambetova. «Lloro y lloro y luego me calmo. Cuando tengo mucho dolor y estrés, llamo a las enfermeras. Me escuchan y me ayudan muchísimo».
Una de esas enfermeras es Baktygul Karabaeva, de 53 años, que lleva casi un año trabajando en el centro. «El primer mes de trabajo fue muy duro», recuerda. «Yo misma me ponía enferma de tanto preocuparme por los pacientes».
Así que Karabaeva se esfuerza por ser positiva y compartir esa buena energía con sus pacientes. «Para cualquier paciente, lo mejor es compartir pensamientos positivos. Intento decirles que se sentirán mejor, pero que deben tener paciencia mientras la medicina hace efecto».
No siempre es fácil mantenerse alegre. «Hay veces en que me arrepiento de trabajar aquí», admite. «Es particularmente difícil cuando pierdes a personas a las que has estado cuidando, porque se convierten en tu propio padre, madre o hermano».
«Cuando los pacientes sienten que la muerte está cerca, tienen miedo y suelen pedirme que me quede con ellos para acompañarlos».
Al mismo tiempo hay muchos momentos buenos. «También hay momentos en los que nos reímos. Una vez me tocó controlar la presión arterial de un paciente y me pregunté: ¿dónde está el pulso? Seguí controlando y no sentía el pulso. Pero el paciente parecía estar bien. Le pregunté: ‘Oye, ¿dónde está tu pulso?’ Y me dijo: ‘No lo sé’. Entonces, probé de nuevo y me di cuenta de que no me había puesto los auriculares».
A fin de cuentas, la enfermera Karabaeva se siente satisfecha de poder prestar un servicio tan decisivo para tantas familias que da a los pacientes las mejores posibilidades de recuperación y, mientras tanto, la mejor oportunidad posible de disfrutar de la vida.
«Hay mucha gente que no puede permitirse ir al hospital. Creo que si se abrieran más centros como este, muchas personas podrían recibir ayuda. Aunque sean pacientes terminales, aunque solo les queden cinco años, tendrían una vida mejor».
Para Mykambetova, el centro y el personal de enfermería ofrecen mucho más que simples cuidados médicos. El centro es un lugar en el que ha podido encontrar bienestar e incluso alegría mientras reflexiona sobre su vida. «Cuando llegué aquí, empecé a entender la vida y lo que quiere decir vivir», explica.
Piensa en el pasado. «Cuando era joven, soñaba con ser cantante. Ahora, sueño con que uno de mis hijos o de mis nietos sea cantante».
Y piensa en el futuro. «Si me pongo bien y vuelvo a caminar, quiero llevar a todos los del centro al lago Issyk-Kul para celebrarlo».
Forjar la confianza escuchando y respondiendo a las preocupaciones de la comunidad.