Transformar vidas entre rejas
En centros penitenciarios de la ciudad de México, personas voluntarias de Cruz Roja no sólo salvan vidas, sino que dejan un efecto dominó de compasión hacia los demás.
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Dos migrantes se abren camino entre las dificultades que crea la pandemia de covid-19 en un mundo donde son considerados «ilegales»: lejos de su familia y de sus amigos y sin prestaciones sociales básicas.
“Cuando eres un migrante indocumentado, lo que te mantiene vivo es el contacto con los demás”, asegura Izzy, migrante de Sierra Leona cuyos simples encuentros diarios con la gente que está en condiciones similares a las suyas han disminuido enormemente debido al covid-19. La pandemia es una amenaza en la vida de cada persona y para los migrantes como Izzy la situación es particularmente difícil. Sin posibilidad de trabajo ni de ninguna otra actividad, los migrantes no tienen acceso a las prestaciones sociales, que permiten la estabilidad necesaria para hacer frente a una pandemia.
“Estas personas no pueden alquilar un alojamiento, no pueden trabajar legalmente, no tienen seguridad social ni cuenta bancaria», explica Joquebede Mesquita de la Compañía de Amigos, organismo encargado de brindar asistencia material y jurídica a los migrantes indocumentados que viven en los Países Bajos. Algunos, dice, terminan durmiendo en la calle, por temor a compartir una habitación con personas que pueden estar infectadas. “Muchas personas quieren volver a casa de sus padres», señala. «Dicen: ‘Si vamos a morir, queremos morir juntos’”.
Estas historias nos recuerdan la dura realidad: si bien el covid ha sido cruel para todos nosotros, para los migrantes ha sido catastrófico. Aun en los países más desarrollados, los migrantes a menudo no tienen acceso a los mecanismos esenciales para hacer frente a la enfermedad, como la atención de salud mental, una vivienda segura (ya que a menudo comparten apartamentos) o condiciones de trabajo (con medidas de protección de la higiene adecuadas), según se señala en el informe de la Federación Internacional Least protected, most affected: Migrants and refugees facing extraordinary risks during the COVID-19 pandemic. Además, están lejos de sus seres queridos y más expuestos a la desinformación de los medios de comunicación en un idioma que tal vez no dominan del todo.
No obstante, siempre hay una luz en medio de la adversidad. Nacida en Brasil, Claudia se las ha arreglado para encontrar trabajos irregulares y cuidar al mismo tiempo a su hija María de cuatro años. Hoy ha conseguido un trabajo estable y María está inscrita en la escuela y aprendiendo holandés. «Juega con los otros niños y tiene más contacto con niños de su edad», observa Claudia.
También para Izzy, las dificultades que él y otros migrantes afrontan no han hecho más que reforzar su deseo de hacer algo positivo para los demás. “He pasado aquí mucho tiempo y este país me ha apoyado”, señala Izzy, a quien le gusta ayudar en un centro local que aloja y sirve comidas a migrantes indocumentados que necesitan un plato de comida caliente y un espacio acogedor. «Me parece que es esencial retribuir de alguna forma”.
Claudia es oriunda del estado de Minas Gerais (Brasil) y trabaja desde hace un año en los Países Bajos como migrante indocumentada. «Me siento mal porque me consideran ilegal, asegura Claudia, «pero aquí he podido encontrar trabajo y me siento más segura. Puedo caminar por las calles con mi hija y darle una mejor calidad de vida que en Brasil. Me siento más segura que en Brasil, pero por otro lado, me preocupa mi situación como ilegal».
Al caer la tarde, Claudia y su hija María se sientan a descansar en un banco de Ámsterdam. «El coronavirus ha hecho la vida difícil porque muchas cosas están cerradas», dice. «No hay dónde ir y tengo que pasar mucho tiempo con María, sentada en la pequeña habitación que alquilo».
Claudia lleva a María a su primer día de escuela en Diemen, en las afueras de Ámsterdam. Los niños en Holanda comienzan la escuela poco después de cumplir los cuatro años. «Estoy muy feliz ahora que María ha empezado la escuela… Quiero aprender holandés, pero el coronavirus lo ha complicado pues muchas escuelas están cerradas. Y con María no era fácil encontrar tiempo para estudiar. Ahora que ella va a la escuela tal vez pronto pueda aprender holandés en una escuela”.
«María tiene una vida mejor ahora», dice Claudia. «Juega con otros niños y tiene más contacto con niños de su edad. María se siente muy feliz. Habla de su nueva escuela todo el tiempo. Está aprendiendo holandés. La escuela es muy buena comparada con la que teníamos en mi barrio en Brasil».
«Hemos vivido momentos muy duros desde el comienzo de la pandemia de covid-19», explica Joquebede Mesquita, de la Compañía de Amigos, organismo encargado de prestar asistencia material y jurídica a los migrantes indocumentados en los Países Bajos. «El teléfono suena todo el tiempo. Quieren volver a Brasil, reencontrarse con su familia y sus hijos. Más de 200 personas han regresado a Brasil con nuestra ayuda. Se han quedado sin trabajo y no tienen dinero para pagar el alquiler ni la comida. Numerosos son los que estaban durmiendo en la calle y tenían mucho miedo. La gente contrae el coronavirus y algunos viven hasta nueve en una pequeña habitación. ¿Cómo pueden sobrevivir? Mucha gente quiere volver a su país y reencontrarse con sus padres. Dicen: ‘Si vamos a morir, queremos morir juntos’».
Un inmigrante indocumentado de Brasil se inscribe en el organismo Compañía de Amigos en Ámsterdam para recibir un vale de comida del supermercado. La Cruz Roja Neerlandesa se encarga de entregar los vales para ayudar a los migrantes que están pasando momentos muy difíciles a causa de la pandemia. «Debido a que estas personas se encuentran en situación irregular, no pueden alquilar un alojamiento, no pueden trabajar legalmente, no tienen seguridad social ni cuenta bancaria», explica Joquebede. «Tenían la idea de venir aquí por un par de años para ganar un poco de dinero y luego regresar a Brasil, comprar una casa y vivir correctamente. Pero la mayoría termina quedándose cinco o diez años, no aprenden el idioma porque trabajan y no tienen tiempo para integrarse».
En la cocina de su casa, Claudia y una amiga desempacan algunos alimentos donados por la Cruz Roja Neerlandesa. «La comunidad brasileña aquí en Holanda es muy solidaria y si eres una mujer brasileña con una hija, te ayudan aún más”.
Claudia y su hija María miran una vidriera con adornos navideños en Ámsterdam. «No sé cómo vamos a celebrar la Navidad. Es un momento difícil. Tengo que encontrar un nuevo alojamiento. Normalmente en Brasil celebramos con la familia y los amigos. ¿Pero aquí? Sólo tengo a María», dice. «Mi sueño es ganar un poco de dinero y luego volver a Brasil y comprar una casa para mi familia. Pero si se presentara la oportunidad de quedarme aquí legalmente, lo consideraría. Pero por el momento, el futuro es hoy sin mayores planes».
Durante todo el decenio de 1990, Sierra Leona se vio envuelto en una guerra civil y a Izzy no le quedó más remedio que abandonar su país, situado en África Occidental. El conflicto tuvo un alto costo personal. «Perdí a mi padre, a mi hermano, a mi hermana y más tarde mi madre desapareció», cuenta. «Quedan todavía algunos tíos allá, pero es difícil saber exactamente dónde están. He estado fuera mucho tiempo». Aunque su solicitud de asilo en los Países Bajos está en trámite desde hace más de once años, confía en que pronto se le concederá la residencia. Hoy considera que Holanda es su hogar.
«Extraño todo lo de Sierra Leona», dice Izzy. «La comida, el clima, la gente. Absolutamente todo. Pero me sería muy difícil volver porque las secuelas de la guerra siguen presentes. Nací allí, crecí allí y de vez en cuando siento nostalgia. Pero hay que pensar también en su salud. Si regresara a mi país, estaría muy contento. Pero, al mismo tiempo, me da miedo de volver y recordar todo de nuevo. Es algo difícil».
«Cuando vives aquí como un migrante indocumentado, lo que te mantiene vivo es el contacto con los demás. Ver a los amigos es algo que te da energía para hacer cosas todos los días cuando te despiertas. Pero debido al covid, eso ya no es posible”.
«El covid me ha afectado mucho. Primero, porque perdí algunos amigos, gente que conocía –holandeses y de otras nacionalidades– a causa de la enfermedad. Pero también, y creo que es lo más importante, por la situación, que te impide mantener el contacto con los amigos. Las cosas ya no son como antes. Ya no puedes permitir que la gente venga a visitarte. Eso es algo que hemos perdido».
Izzy y su amigo Kieta, de Guinea, compran algunos ingredientes para la comida que preparará en la Casa del Mundo, un lugar donde los migrantes indocumentados pueden recibir una comida caliente. «Hay muchos africanos en Ámsterdam y muchos de ellos vienen a este lugar», explica Izzy. «Es un lugar para refugiados y, para la mayoría de ellos, es su última esperanza cuando tienen que salir de los campamentos para personas que buscan asilo. Tienen que ir a algún lugar y normalmente el único lugar al que pueden ir es a la Casa del Mundo. Les damos comida, los ayudamos a encontrar un alojamiento y los asesoramos con los procedimientos de solicitud de asilo».
«La ley no me permite trabajar ni ir a la universidad en los Países Bajos porque todavía no tengo permiso de residencia. Pero me gusta ayudar porque creo que también tengo que contribuir a la sociedad. A veces cocino para la gente en la Casa del Mundo, un lugar donde los indocumentados pueden recibir ayuda, pasar la noche y comer un plato caliente. A veces también doy una mano en la Cruz Roja preparando paquetes de comida para indocumentados y personas sin ingresos. También trabajo con algunas iglesias, cocinando y contando historias, enseñando kickboxing, pero debido al coronavirus, la mayoría de las actividades de la iglesia han sido suspendidas».
«Estoy haciendo un curso de diseño de páginas web, que financia una organización que ayuda a los refugiados. Siempre he tenido la idea de crear mi propio sitio web y por qué no hacerlo para otras personas también. Así que cuando se me presentó esta oportunidad, no lo dudé y decidí aprovecharla. He estado mucho tiempo en este país y me encantaría hacer algo para contribuir a la sociedad que me ha acogido. Siento que me toca ahora retribuir de alguna forma lo que he recibido”.
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