Transformar vidas entre rejas
En centros penitenciarios de la ciudad de México, personas voluntarias de Cruz Roja no sólo salvan vidas, sino que dejan un efecto dominó de compasión hacia los demás.
Clairet Mata está en un país nuevo, criando a su hijo sola. Dice que el aprender a manejar sus sentimientos la ha ayudado a lidiar con estar separada de su familia.
Clairet Mata despierta todos los días a las cuatro de la mañana para cocinar empanadas de arroz con pollo, que vende por unos 30 centavos de dólar en el municipio Colombiano de Girón.
A las 6:30 de la mañana ya está en las calles de la ciudad con su pequeño hijo de tres años, vendiendo su comida en una terminal de buses en un ruidosa calle llena de talleres y pequeñas casas.
Es un trabajo duro. Pero le da a la madre soltera la oportunidad de tener a su hijo a su lado. Mata era una empleada estatal en Venezuela, donde trabajaba en una oficina con aire acondicionado. Se mudó a Colombia el año pasado en busca de medicinas para su hijo quien sufre de una enfermedad intestinal.
“Me han ofrecido trabajos mejores, como limpiar una casa todas las mañanas” dice Mata. “Pero no tengo con quién dejar a mi hijo.” Las guarderías públicas no aceptan al pequeño, porque Mata aún no tiene un permiso de residencia en el país.
En Girón, y la ciudad vecina de Bucaramanga, hay miles de venezolanos como Mata, viviendo en condiciones precarias tras huir de la crisis social y económica de su país. Su situación se ha vuelto aún más critica durante la pandemia del COVID-19, que ha mermado los ingresos de muchos trabajadores informales y forzó a Colombia a cerrar sus fronteras terrestres, haciendo que para los migrantes sea casi imposible volver a casa durante estas navidades.
Mata, de 27 años, llegó a Colombia hace trece meses con poco dinero. Criar a un niño sin el apoyo de su familia ha sido una experiencia dura. Y estar separada de sus seres queridos también la afecta emocionalmente.
“Hay días en los que no me provoca levantarme” dice Mata. “Mi mamá cumplió años el 18 de noviembre y pasé todo el día llorando porque yo nunca me había despegado de mi mamá ni de mi papá.”
Pero Mata también es fuerte y ha desarrollado varias estrategias para lidiar con el estrés y la ansiedad que le causan estar separada de su familia. También ha conseguido ayuda.
Primero, encontró una manera de comunicarse más seguido con su familia usando el servicio de Restablecimiento del Contacto Familiar (RCF) en CASA, un centro de atención de la Cruz Roja Colombiana para población migrante y vulnerable en Bucaramanga.
Después de establecerse como vendedora ambulante, Mata también empezó a ahorrar para comprarse un teléfono inteligente y ahora puede comunicarse con su familia desde su pequeño apartamento. No fue fácil. Mata solo gana unos diez dólares al día y explica que ahorró por ocho meses para adquirir el teléfono.
“Tener ese teléfono ha sido una bendición” dice Mata, que también usa el aparato para participar en un grupo de apoyo organizado por su iglesia. “Ya puedo comunicarme con mi mama casi a diario y saber qué sucede en Venezuela”.
“El estar sola trabajando en otro país me ha enseñado que nosotras como mujeres podemos tener muchísimas destrezas. A pesar de cualquier situación que estemos viviendo es para adelante que vas. Si tú te caes, te tienes que volver a levantar.”
Clairet Mata, madre de Dominick, quien ahora vive en el oriente de Colombia tras migrar de Venezuela el año pasado.
Mata cuenta que mientras ahorraba para comprar su teléfono también empezó a atender las consultas psicológicas gratuitas ofrecidas por CASA. En sus reuniones privadas con la psicóloga del centro de apoyo discutió los sentimientos que estaba experimentando y recibió sugerencias para manejar problemas como la depresión y la ansiedad.
“La psicóloga me enseñó a hacer ejercicios de respiración para controlar la ansiedad” dice Mata. “También me enseñaron a enfocarme en lo que tengo en frente de mi cuando me siento mal. Y me recomendaron qué hiciera más actividades con mi hijo como ir al parque o ver películas juntos”.
Mata dice que también le recomendaron leer libros motivacionales y a escribir en un diario. Su fe también la ha ayudado a manejar su situación ya que en la iglesia ha hecho un nuevo grupo de amigos.
Los servicios de psicología en CASA son utilizados cada día por alrededor de 5 a 7 personas y no son tan conocidos como otros servicios como la conexión gratuita al internet o las consultas médicas. Pero pueden ser igual de importantes.
“Algunos de los migrantes que vienen acá están separados de sus seres queridos” dice Daniela Torres, la psicóloga de CASA. “Otros están con problemas económicos o se sienten mal porque tenían una carrera y ahora tiene que llevar otro tipo de vida”.
“Nosotros les damos un espacio para identificar lo que están sintiendo y les ayudamos a manejar esas emociones.”
Mata dice que aún tiene muchos obstáculos por superar en Colombia, como conseguir un permiso de residencia para poder inscribir a su hijo en una guardería. Pero está aprendiendo a manejar sus emociones y a enfrentar sus retos.
“El estar sola trabajando en otro país me ha enseñado que nosotras como mujeres podemos tener muchísimas destrezas” dice Mata. “A pesar de cualquier situación que estemos viviendo es para adelanta que vas. Si tú te caes, te tienes que volver a levantar.”
Los equipos de voluntarios en línea apoyan a socorristas y comunidades que se enfrentan a la pandemia de COVID-19.