Transformar vidas entre rejas
En centros penitenciarios de la ciudad de México, personas voluntarias de Cruz Roja no sólo salvan vidas, sino que dejan un efecto dominó de compasión hacia los demás.
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Por:
Malcolm Lucard
Editor de RCRC magazine
FOTOS:
CICR
Al igual que muchas personas de Butembo, Machozi poco había escuchado de la enfermedad del virus del ébola antes de noviembre del año pasado. Hasta entonces, la epidemia no había hecho su aparición en esta ciudad de aproximadamente un millón de habitantes, situada en el nordeste de la República Democrática del Congo.
Este carpintero de 25 años pronto supo más de lo que nunca hubiese querido saber. Después de llevar a una persona infectada —uno de los primeros casos de la ciudad— a un dispensario en su motocicleta, fue identificado rápidamente como un «contacto», es decir alguien que estuvo en contacto directo con un enfermo de ébola.
Los trabajadores sanitarios lograron localizarlo y le pidieron que se dirigiera al centro de tratamiento del ébola más cercano para hacerse los análisis correspondientes. Mientras esperaba los resultados, su temor aumentó. «Pensé en todo lo que había escuchado en la ciudad sobre cómo habían muerto los que fueron al centro de tratamiento del ébola», dijo luego. «Así que me escapé del centro y regresé a casa».
Escondido en un pequeño estudio situado al lado de la casa de su familia, comenzó a sentir los síntomas: dolor de cabeza, fiebre y vómitos. La madre de Machozi finalmente lo convenció para que regresara al centro donde terminó por curarse.
A pesar de lo angustioso que fue, lo vivido por Machozi no tiene nada de extraño. En medio de la violencia, la agitación política y la inseguridad predominantes en la provincia de Kivu Norte, la conjunción del miedo, la desconfianza, los rumores y algunas verdades muy duras —la mayoría de las personas infectadas con el ébola no sobreviven— ha llevado a muchos a no seguir el tratamiento u otras medidas destinadas a evitar la propagación de la enfermedad.
«La gente está asustada y tiene muy buenas razones para estarlo», asegura Gwendolen Eamer, responsable principal de salud pública en situaciones de emergencia de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (Federación Internacional). «El ébola es una enfermedad que da mucho miedo”.
Mientras tanto, el conflicto que azota a Kivu Norte —en el que participan múltiples grupos armados, fuerzas gubernamentales y personal de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas— sigue causando la muerte de civiles, tanto en ciudades como Beni y Butembo como en pueblos rurales remotos.
«Vivimos con un miedo permanente», dice Euloge, una enfermera de un centro de salud privado de Beni. «En el este, puedes morir a machetazos y en el oeste, adonde se suponía que íbamos a refugiarnos, ahora está esta enfermedad».
El conflicto ha reunido las condiciones perfectas para la propagación del ébola. Los frecuentes ataques, que a menudo se producen directamente en los focos del ébola, causan el desplazamiento repentino de miles de personas. Por otro lado, los mapas utilizados por los trabajadores humanitarios están marcados con numerosas «zonas rojas», lugares a los que los médicos y los socorristas no pueden ir debido a los combates. Desde que comenzó el brote, los principales grupos de ayuda han tenido que suspender en varias ocasiones sus operaciones en Kivu Norte.
«Es una zona de guerra», señala Nicolas Lambert, jefe adjunto de la delegación del CICR en la República Democrática del Congo y responsable de su equipo de respuesta contra el ébola. «Los enfrentamientos entre grupos armados son frecuentes y causan numerosos muertos entre la población. Hay días de tensiones y protestas en los que la gente expresa su ira por la falta de protección».
Esos enfrentamientos y protestas a menudo obligan a interrumpir las actividades que se realizan para acabar con el ébola, por el peligro que representa el desplazamiento en determinadas zonas. Las elecciones nacionales de diciembre no hicieron más que agudizar la tensión. Para hacer frente a este clima de conflicto, el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (Movimiento) se basa en sus Principios Fundamentales de neutralidad, imparcialidad, humanidad e independencia para garantizar a la población que el objetivo de su presencia en el lugar es ayudar a las personas vulnerables y no participar en los combates. Por esa razón, el personal de la Cruz Roja jamás viaja con protección militar o policial, ni tampoco en convoyes de ayuda de las Naciones Unidas o del gobierno.
Muchos habitantes de las comunidades desgarradas por el conflicto y el ébola conocen la Cruz Roja y confían en ella gracias a su presencia de muchos años prestando una amplia gama de servicios, pero muchos otros desconfían de todas las personas que intervienen en la lucha contra el ébola. Al mismo tiempo, en muchas comunidades han cuajado rumores y diversas creencias comunes: el ébola es un invento de las ONG internacionales para ganar dinero. Las enfermedades son el resultado de una brujería. La vacuna contra el ébola contiene veneno. Los sanitarios roban los órganos a los muertos. El ébola ni siquiera es real, son noticias falsas.
Esta desconfianza tiene consecuencias potencialmente fatales. Algunas comunidades han rechazado la ayuda de voluntarios que han llegado para enterrar en condiciones seguras y dignas a las personas fallecidas, que siguen siendo muy contagiosas enseguida de la muerte. La sospecha con respecto a los trabajadores humanitarios ha dado lugar a veces a abusos verbales, gestos amenazadores e incluso a violencia contra los colaboradores de la Cruz Roja.
¿Por qué tanta desconfianza? En Kivu Norte, el ébola se ha extendido donde los sistemas de salud y educación son deficientes o inexistentes y donde la gente ha sufrido terriblemente por la violencia implacable sin que el mundo exterior prestara mucha atención. De repente, tras la llegada del ébola, aparecen cientos de trabajadores humanitarios internacionales, llenando los hoteles y conduciendo todoterrenos.
“La población se pregunta: ‘¿Por qué está toda esta gente aquí?’», explica Eloisa Miranda, que coordinó las operaciones del CICR en Kivu Norte hasta febrero de 2019. «‘¿Por qué de un día para otro todos se interesaron por nosotros cuando antes no había nadie, a pesar de que teníamos enormes necesidades?’”
Al mismo tiempo, la respuesta ante el virus del ébola puede ser increíblemente aterradora. Cuando se informa de que alguien ha muerto por el ébola, los equipos de entierro visitan a los familiares del difunto vestidos con ropa de protección de pies a cabeza. «Cuando llegamos a la casa de alguien vestidos con una especie de traje espacial causamos una impresión bastante fuerte», dice Jamie LeSueur, jefe de operaciones de intervención ante el ébola de la Federación Internacional en la República Democrática del Congo.
Como parte de sus tareas, los equipos se encargan de desinfectar el cadáver, meterlo luego en una bolsa y enterrarlo. Este trabajo es absolutamente esencial para poder detener la propagación de la enfermedad, pero es indispensable hacerlo con delicadeza, de lo contrario, sería rechazado por completo. LeSueur dice que se están haciendo grandes esfuerzos para que la gente logre aceptar todo este proceso, permitiendo la participación y observación de los familiares o incluso de la comunidad.
«No vamos a una comunidad y tomamos el cadáver», asegura. «Trabajamos con los habitantes de una comunidad para asegurarnos de que entienden por qué estamos allí, qué estamos haciendo, por qué nuestros equipos están vestidos de esa manera y por qué estamos haciendo esto con el cuerpo de su ser querido».
Muchos habitantes de las comunidades desgarradas por el conflicto y el ébola conocen la Cruz Roja y confían en ella gracias a su presencia de muchos años prestando una amplia gama de servicios, pero muchos otros desconfían de todas las personas que intervienen en la lucha contra el ébola. Al mismo tiempo, en muchas comunidades han cuajado rumores y diversas creencias comunes: el ébola es un invento de las ONG internacionales para ganar dinero. Las enfermedades son el resultado de una brujería. La vacuna contra el ébola contiene veneno. Los sanitarios roban los órganos a los muertos. El ébola ni siquiera es real, son noticias falsas.
Esta desconfianza tiene consecuencias potencialmente fatales. Algunas comunidades han rechazado la ayuda de voluntarios que han llegado para enterrar en condiciones seguras y dignas a las personas fallecidas, que siguen siendo muy contagiosas enseguida de la muerte. La sospecha con respecto a los trabajadores humanitarios ha dado lugar a veces a abusos verbales, gestos amenazadores e incluso a violencia contra los colaboradores de la Cruz Roja.
¿Por qué tanta desconfianza? En Kivu Norte, el ébola se ha extendido donde los sistemas de salud y educación son deficientes o inexistentes y donde la gente ha sufrido terriblemente por la violencia implacable sin que el mundo exterior prestara mucha atención. De repente, tras la llegada del ébola, aparecen cientos de trabajadores humanitarios internacionales, llenando los hoteles y conduciendo todoterrenos.
“La población se pregunta: ‘¿Por qué está toda esta gente aquí?’», explica Eloisa Miranda, que coordinó las operaciones del CICR en Kivu Norte hasta febrero de 2019. «‘¿Por qué de un día para otro todos se interesaron por nosotros cuando antes no había nadie, a pesar de que teníamos enormes necesidades?’”
Al mismo tiempo, la respuesta ante el virus del ébola puede ser increíblemente aterradora. Cuando se informa de que alguien ha muerto por el ébola, los equipos de entierro visitan a los familiares del difunto vestidos con ropa de protección de pies a cabeza. «Cuando llegamos a la casa de alguien vestidos con una especie de traje espacial causamos una impresión bastante fuerte», dice Jamie LeSueur, jefe de operaciones de intervención ante el ébola de la Federación Internacional en la República Democrática del Congo.
Como parte de sus tareas, los equipos se encargan de desinfectar el cadáver, meterlo luego en una bolsa y enterrarlo. Este trabajo es absolutamente esencial para poder detener la propagación de la enfermedad, pero es indispensable hacerlo con delicadeza, de lo contrario, sería rechazado por completo. LeSueur dice que se están haciendo grandes esfuerzos para que la gente logre aceptar todo este proceso, permitiendo la participación y observación de los familiares o incluso de la comunidad.
«No vamos a una comunidad y tomamos el cadáver», asegura. «Trabajamos con los habitantes de una comunidad para asegurarnos de que entienden por qué estamos allí, qué estamos haciendo, por qué nuestros equipos están vestidos de esa manera y por qué estamos haciendo esto con el cuerpo de su ser querido».
El Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja realiza también intensas actividades de sensibilización de la comunidad. La Cruz Roja de la República Democrática del Congo, el CICR y la Federación Internacional han organizado cientos de reuniones comunitarias y han estado en contacto con líderes religiosos, juveniles y comunitarios que pueden influir en la opinión local. Los voluntarios de la Cruz Roja van de puerta en puerta para entender mejor las preocupaciones de la gente, recordándole la acción de la Cruz Roja y enseñándole a protegerse del ébola.
«Vencer la desconfianza de la comunidad es la única forma de llevar a cabo nuestra respuesta», asegura LeSueur. «La aceptación de la comunidad es nuestra garantía. Por lo tanto, tenemos que interactuar con ella en todo momento para lograr su aceptación y su confianza y poder así acceder a las personas que son más vulnerables».
La tarea de ganarse la confianza de la población recae principalmente sobre los hombros de los voluntarios de la Cruz Roja de la República Democrática del Congo, que son conocidos en sus comunidades y entienden las preocupaciones locales, así como el trauma que han sufrido las personas de la zona.
«La primera vez que oí hablar del ébola se me puso la piel de gallina», cuenta Adeline, una voluntaria de la Cruz Roja de 17 años que ahora dirige los equipos de entierro seguro y digno de la Cruz Roja en Beni. «Hay cinco, diez muertes a la vez. Eso me asustó mucho porque me recordó las masacres«.
Otros voluntarios, como Deborah, están capacitados específicamente en «participación comunitaria y rendición de cuentas». Su tarea consiste en recopilar información sobre las preocupaciones de la gente y sensibilizarla sobre el ébola yendo de puerta en puerta, organizando sesiones de educación comunitaria, interviniendo en programas de radio locales o produciendo representaciones teatrales en la calle.
El conocimiento y la confianza son fundamentales –dice–, porque con el ébola, cada segundo cuenta. «El virus es realmente peligroso y puede inducir a error, ya que sus síntomas se asemejan a los del paludismo, la fiebre tifoidea o el cólera», explica Deborah. «El ébola se propaga porque la gente contagiada no busca tratamiento y algunos incluso se esconden».
La participación comunitaria no da resultados de la noche a la mañana. Es un proceso que lleva tiempo. LeSueur señala que hay pruebas de que la población está menos reacia incluso en algunos puntos álgidos. Pero aún queda mucho por hacer.
A pesar de los esfuerzos de divulgación, sigue siendo bastante elevado el riesgo de ser atacado, apedreado o perseguido, lo que significa que hay gente a la que todavía no se ha podido informar lo suficiente sobre cómo protegerse del ébola. «Toda esta desconfianza contribuye a alimentar un círculo vicioso que perpetúa la enfermedad y la frustración de la población», dice Miranda, del CICR.
Dado este nivel de desconfianza, sumado a la falta de acceso a las zonas de violencia, ni siquiera la aparición de la vacuna –cuyo período de prueba ha dado resultados eficaces y que se ofrece a toda persona que haya estado en contacto con una víctima del ébola–garantiza el éxito, señala Florent Del Pinto, que dirigió las operaciones de lucha contra el ébola de la Federación Internacional durante los dos brotes epidémicos que se produjeron en la República Democrática del Congo en 2018. «En una zona, tuvimos nuevos casos y se enviaron algunos vacunadores. Cuando llegaron, el pueblo estaba desierto».
Para algunos, esta reacción puede parecer extraña, pero tiene mucho sentido pues en numerosos lugares del país, la llegada de extraños en coches a menudo supone un peligro. «La desconfianza es un mecanismo de supervivencia«, observa Eamer de la Federación Internacional. «Escuchas lo que la gente dice y si algo pasa, lo dejas todo y huyes. Es un comportamiento muy racional y hay mucha gente que ha salvado su vida así».
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