Transformar vidas entre rejas
En centros penitenciarios de la ciudad de México, personas voluntarias de Cruz Roja no sólo salvan vidas, sino que dejan un efecto dominó de compasión hacia los demás.
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Diciembre 2019 |
Reportaje:
Khadija Maiga
Por:
Malcolm Lucard
Editor, RCRC
magazine
Fotografía:
Leonard Pongo/Noor
CICR
Kinassar tiene un pequeño rebaño que traslada de un lugar a otro cerca de la ciudad de Abala, en el oeste de Níger, en busca de tierras de pastoreo y agua. “Yo me ocupo del rebaño y mi esposa se encarga de vender los productos, como la leche y el queso”, cuenta este joven de 24 años.
Los medios de subsistencia de Kinassar, como es el caso de muchas otras personas aquí, se ven amenazados por diversos factores —conflicto, cambio climático, crecimiento demográfico— que limitan dónde y cuándo puede apacentar a su ganado.
“Hay cada vez menos espacio disponible y más personas. Además, no podemos pasar por ciertas zonas debido a la inseguridad”, señala. “Se vuelve más y más difícil encontrar pastos de calidad y los animales se están enfermando”.
Kinassar, al igual que muchos habitantes del oeste de Níger, es un buen ejemplo de la resiliencia y la adaptación de que ha dado muestras la población frente a retos increíbles. Miles de personas siguen ganándose la vida criando animales y cultivando la tierra según costumbres tradicionales seculares, a pesar de la disminución de los acuíferos, la reducción de las tierras agrícolas y de pastoreo, las temperaturas extremas, las sequías prolongadas, las inundaciones repentinas y un conflicto en el que participan múltiples actores armados, que representan a muchos países y algunos de los sistemas de armas más sofisticados del mundo.
Esta resiliencia cobra muchas formas. En la región de Tillabéri, también en el oeste de Níger, Ramatou, de 22 años, es una de las muchas mujeres que luchan solas en el manejo de su pequeña huerta; su marido partió del pueblo en busca de trabajo porque las cosechas eran demasiado reducidas para mantener a la familia. “Los últimos cinco años han sido duros”, dice. “Tenemos tierras, pero ya no son rentables desde hace tres años por la falta de lluvias”.
Todos estos factores también están forzando a muchas personas a encontrar nuevas formas de ganarse la vida o mejorar sus ingresos. En la ciudad maliense de Mopti, Gouro Amake, de 21 años, vendió su rebaño para poder abrir un pequeño negocio de venta de teléfonos móviles. “Hace un año decidimos ir a Mopti para huir de la inseguridad”, dice, y añade que este cambio le permitió ir a la escuela y obtener su diploma, así como mantener a su madre y sus dos hermanos. “Cuando salimos de Dialloubé [nuestra aldea] vendí todos mis animales y me convertí en vendedor de teléfonos móviles. Es lucrativo y nos ayudó mucho”.
A otros, los cambios drásticos en las pautas meteorológicas locales los involucraron aún más en el conflicto. “En mi aldea de Temera, me ocupaba de transportar los cajones de los comerciantes en el período de la crecida de las aguas del río Níger”, relata Mamadou, de 16 años.
“Durante esos períodos, mi aldea se convertía en una verdadera isla; los vehículos no podían transitar hasta allí. Los productos de los comerciantes solo podían transportarse en botes pesqueros, o pinasses, como solemos llamarlos. Por lo tanto, aprovechamos los cambios del tiempo para conseguir trabajo. También me ocupaba de descargar los pinasses y llevar la mercadería a lomo de mula”.
En los últimos años, los períodos de crecida se han ido acortando a medida que han disminuido las lluvias. “Tuve que buscarme otra forma de ganarme la vida”, prosigue. “No me alisté inmediatamente en un grupo armado. Al verme que transportaba cajones, los combatientes me pedían a menudo que fuera a buscar agua.
“Poco a poco me fui involucrando en ello hasta que pasó a ser una fuente regular de ingresos. Después de un tiempo, me confiaron un arma de fuego y me enseñaron a usarla. Tenía 14 años. A partir de entonces, me pidieron que me encargara de la seguridad y trabajé en un puesto de control, lo que me permitió ganarme algo de dinero”.
La historia de Mamadou es relativamente común aquí. Muchos jóvenes terminan en los grupos armados por desesperación, y el cambio climático no hace más que exacerbar la situación. Aunque la mayoría de los expertos internacionales en seguridad afirman que el cambio climático no es uno de los principales factores de conflicto en el Sahel, sí está contribuyendo considerablemente a agudizar las tensiones en torno a los valiosos recursos de la tierra y el agua y a aumentar la presión sobre los hombres jóvenes que tienen cada vez menos opciones. Los grupos armados suelen utilizar estos factores, considerando que el control de los recursos es fundamental para su supervivencia.
Por su parte, las mujeres también enfrentan dificultades particulares. Algunas ciudades pequeñas, como Abala, están pobladas principalmente por mujeres porque, a medida que las tierras agrícolas se fueron secando, muchos hombres dejaron su pueblo para buscar trabajo. Ramatou H., de 18 años, es una de las mujeres que se quedaron .
“Mi familia tiene tierras que cultivamos”, indica. “Pero no podemos vivir de ello pues la cosecha es solo una vez al año. Así que [mi esposo] se fue para hallar otras fuentes de subsistencia y regresa durante la siembra”.
Muchos en la aldea se sienten vulnerables. “Ya no nos sentimos seguros. Dormimos con un ojo abierto”, dice Ramatou H.
A veces el hambre puede más que el miedo. “Cuando no tenemos nada para cosechar ni para comer, me meto en los matorrales y recojo hojas que se pueden cocinar”, cuenta. Aunque es peligroso, añade, “lo hacemos lo mismo porque si no, no tenemos nada que comer”.
Debido a los problemas específicos que plantean los pronósticos del tiempo en la región (véase a la izquierda “Por qué el Sahel es una zona en crisis”), los científicos y las organizaciones meteorológicas se esfuerzan por mejorar y comunicar con mayor precisión los pronósticos que realizan para los agricultores, los organismos que administran el agua y las organizaciones encargadas de intervenir simultáneamente en caso de sequía, inundaciones repentinas y una serie de consecuencias causadas por la violencia y los conflictos.
En 2018, por ejemplo, las fuertes lluvias que cayeron en una amplia franja del sudeste de Níger causaron inundaciones masivas en una zona donde se habían instalado miles de personas desplazadas que huían de la violencia en el norte de Nigeria y donde los sistemas de salud y saneamiento eran inexistentes o estaban muy deteriorados.
La consecuencia fue que se declaró un brote de cólera que contagió a más de 3.800 personas y se cobró 78 vidas. En respuesta, el Fondo de Reserva para el Socorro en Casos de Desastre de la Federación Internacional asignó 352.000 francos suizos para ayudar a la Cruz Roja de Níger y a otros asociados del Movimiento a detener el brote.
En el norte de Malí, las lluvias torrenciales de agosto de 2018 destruyeron más de 840 viviendas y arrasaron con las reservas de alimentos, los animales y las tierras agrícolas, según comunicó la Cruz Roja Maliense, que realizó la evaluación inicial, proporcionó material para alojamiento provisional y de emergencia y artículos para el hogar, y efectuó donaciones en efectivo (todo ello gracias a la aportación de fondos de emergencia de la Federación Internacional, las reservas de socorro almacenadas previamente en la zona por el CICR y las contribuciones de siete Sociedades Nacionales).
El cambio climático por sí solo no causa ninguna inundación ni ninguna sequía, pero sí altera la intensidad de estos fenómenos meteorológicos y determina otros condicionamientos preocupantes. A medida que se propaga la desertificación, por ejemplo, los suelos superficiales absorben menos agua. Esto trae como consecuencia que cuando caen fuertes lluvias, el agua en lugar de infiltrarse en los acuíferos se convierte en torrentes.
A esto se debe que en otras partes de Malí sea cada vez más difícil encontrar aguas subterráneas.
“El cambio climático está teniendo efectos reales en Malí”, explica Rasha Abuelhassan, coordinadora de proyectos de agua y hábitat del CICR en Malí. “Cada año la situación es peor, especialmente en el norte del país, donde la capa freática es cada vez más profunda.
Tenemos un montón de pozos que se están secando y por más que perforamos no encontramos agua”.
En Kidal, ciudad ubicada en el norte de Malí, donde nunca antes había habido sequía, el CICR tuvo que perforar nuevos pozos y luego seguir acarreando agua en camiones hasta que comenzara la temporada de lluvias, añade la coordinadora.
Entre tanto, la inseguridad crónica pone trabas a los esfuerzos por hallar soluciones. “Tenemos que ir más hondo para encontrar un acuífero, pero con la situación de seguridad, son pocos los contratistas dispuestos a enviar sus máquinas [de perforación de pozos] a una zona de conflicto”, dice Abuelhassan.
La simple excavación de nuevos pozos no es una salida para hacer frente a tan compleja situación. Se debe hacer más con la poca agua disponible. Una solución relativamente sencilla es construir o renovar “micropresas”, que durante las inundaciones repentinas sirven para formar pequeños estanques a lo largo de los cauces de los arroyos. Este sistema de presas permite ralentizar el curso del agua que de esta manera puede penetrar en el suelo y reabastecer los acuíferos. El CICR ha instalado cuatro de esas micropresas en el norte de Malí, explica Abuelhassan, con el resultado de que el año pasado los pozos cercanos no se secaron.
También se trata de conservar el agua y asegurarse de que el agua disponible no se contamine, otro problema fundamental en todo el Sahel. Incluso los remedios más sencillos pueden surtir notables efectos. El CICR ha prestado servicios de vacunación y desparasitación a los pastores durante muchos años. Hoy, se utiliza mucho menos agua para limpiar de parásitos los animales gracias a los nuevos métodos empleados (aplicación por aspersión en lugar de baños), con lo que también se evita que los productos químicos utilizados en el proceso penetren en el agua subterránea. En 2018, el CICR vacunó y trató a un total de 4,7 millones de animales en Malí y Níger, lo que no es poco decir.
El cambio climático en el Sahel va mucho más allá de la escasez de agua: afecta a todos los aspectos de la vida, desde la salud y la nutrición hasta la seguridad personal y la viabilidad de las economías locales. Por lo tanto, ante todos estos problemas se precisa adoptar un enfoque integral, aseguran los expertos.
El complejo llamamiento de emergencia que hizo la Federación Internacional en favor de Níger, por ejemplo, incluye una amplia respuesta de emergencia y a largo plazo, que engloba iniciativas en materia de salud, abastecimiento de agua, saneamiento, seguridad alimentaria, protección de las mujeres contra la violencia por motivos de género, participación comunitaria y rendición de cuentas. El llamamiento también pide que se invierta en la capacidad de la Cruz Roja de Níger para gestionar estos esfuerzos a largo plazo.
La jefa de la Unidad de seguridad económica del CICR, Charlotte Bennborn, está de acuerdo en que la respuesta debe ser integral para que las comunidades puedan fortalecer su resiliencia ante futuras crisis. Además de ayudar a las personas a que cultiven variedades resistentes a la sequía y adopten técnicas agrícolas que ahorren agua, es importante pensar en otros aspectos de la cadena de producción de alimentos, como la forma en que se procesan, transportan y almacenan los granos, las semillas o la carne, de modo que no se produzcan pérdidas debidas a la contaminación, el moho o la podredumbre.
Un ejemplo de este enfoque es el que se está poniendo en práctica cerca de Tillabéri. Junto con el mijo, el CICR proporcionó nueve silos y enseñó a utilizarlos. También está apoyando la explotación de huertas, construyendo y equipando carnicerías y capacitando a los asistentes veterinarios.
En un proyecto cerca de Tombuctú (Malí), Abuelhassansupervisó la construcción de vallas perimetrales alrededor de una plantación de maní gestionada por una asociación local de mujeres. Las vallas protegen los cultivos de los daños que pueda causar el ganado y la producción de maní se utiliza para fabricar mantequilla para los vendedores de Bamako, la capital de Malí.
Parte de la estrategia consiste en ayudar a las personas a mantener sus medios de subsistencia tradicionales y, al mismo tiempo, diversificar sus opciones, por ejemplo, apoyándolas para que instalen pequeñas empresas con microcréditos o subvenciones para que las comunidades locales puedan resistir mejor los embates si una parte de la economía local se ve perturbada.
Al ayudar a restablecer los servicios básicos, es importante saber de qué manera los usará la gente. Es una de las razones por las que el CICR emplea ahora paneles solares para alimentar las bombas que instalan o reacondicionan, explica Abuelhassan.
“Los paneles solares son más caros, pero son sostenibles”, dice. Cuando una comunidad es vulnerable, es importante tener presente que un generador requiere mantenimiento y combustible y si hay tensión en la zona, ¿cómo se puede transportar el combustible?
Pero la respuesta no solo puede ser económica y alimentaria. El cambio climático y los conflictos plantean nuevos desafíos por lo que se refiere a la protección básica para la seguridad de las personas. En muchas comunidades, por ejemplo, las mujeres salen a recoger leña para cocinar. Cuanto más lejos tengan que ir debido a la deforestación o la desertificación, más peligro corren.
A causa de los conflictos y las condiciones climáticas, muchas aldeas de la región están habitadas casi en su totalidad por mujeres, pues los hombres se han tenido que ir a otros lugares en busca de trabajo. “Aquí en esta aldea, prácticamente solo quedan las mujeres”, dice Ramatou, de 22 años, de la aldea de Kordo Fonda, en Tillabéri, en el oeste de Níger.
“Este año no ha llovido en nuestra aldea, a diferencia de las otras zonas que tenían abundancia de agua, así que la cosecha es muy limitada”, comenta, y añade que las mujeres trabajan lo más rápido posible para producir alimentos para ellas y para el mercado. “Yo misma, si tuviera la oportunidad, me iría a cualquier lugar, siempre y cuando encontrara trabajo e independencia económica. Aquí vivimos al día”.
En Trojes, uno de los puntos principales de la ruta migratoria en Honduras, voluntarios de la Cruz Roja Hondureña ofrecen un espacio seguro en donde brindan servicios esenciales.