Transformar vidas entre rejas
En centros penitenciarios de la ciudad de México, personas voluntarias de Cruz Roja no sólo salvan vidas, sino que dejan un efecto dominó de compasión hacia los demás.
vc_edit_form_fields_attributes_vc_
Juan solía trabajar tanto que apenas podía ver a su hijo Santiago, ahora están en un viaje de su vida.
[feather_share]
Con su hijo Santiago siempre a su lado, Juan llegó a Colombia a fines de octubre y se puso de inmediato a buscar algún trabajo en el servicio doméstico para sobrevivir. Después del calor abrasador de la ciudad fronteriza de Cúcuta, ambos iban a andar kilómetros de caminos serpenteantes, pasando por la ciudad fría y lluviosa de Páramo, a través de escarpados pasos de montaña y frondosos valles, antes de que alguien los recogiera y pudieran cruzar en coche por el gélido Páramo de Berlín: la etapa más dura del viaje hasta Bucaramanga.
“En Valencia, era conductor de autobús pero, al final, no me alcanzaba con lo que estaba haciendo. No era dueño del vehículo y, cuando se descomponía, a veces llevaba una semana o más repararlo, por la escasez de piezas de repuesto. Durante ese tiempo, no me pagaban, y esos períodos se alargaron progresivamente.
“Llegamos a Colombia el 31 de octubre, el día de mi cumpleaños. Santiago tenía fiebre y no nos sentíamos bien. Nunca pensé que iba a caminar tanto. Durante unos días, recogí latas de aluminio en las calles de Cúcuta para venderlas para el reciclaje, y obtener así algo de dinero. Tuve que llevar a Santiago conmigo, ya que no tenía un lugar donde dejarlo. Con ese dinero logré alquilar una habitación compartiendo con otras tres personas.»
“En un momento dado, un camión se detuvo y el conductor dijo: ‘solo mujeres y niños’, así que le pasé a Santiago a una mujer y nos encontramos después. Luego me puse un poco nervioso. Se escuchan rumores de niños que son secuestrados aquí, pero al final él estaba a salvo. Me pregunta mucho por su madre, a la que no ha visto desde hace dos meses.»
“Un amigo me vio cargando a Samuel y se ofreció a ayudarme con la maleta. Pero luego conseguí que alguien me llevara en coche pero a él no, así que ahora tiene mi maleta con la ropa y lo más valioso: mi pasaporte.»
“En un momento dado, un camión se detuvo y el conductor dijo: ‘solo mujeres y niños’, así que le pasé a Santiago a una mujer y nos encontramos después. Luego me puse un poco nervioso. Se escuchan rumores de niños que son secuestrados aquí, pero al final él estaba a salvo. Me pregunta mucho por su madre, a la que no ha visto desde hace dos meses.»
“Yo también extraño el hogar, la comida, la cultura, la temperatura. Pero sé que tengo que acostumbrarme, ya que probablemente estemos lejos por mucho tiempo.»
“En Venezuela trabajaba desde muy temprano en la mañana hasta tarde en la noche, así que no veía mucho a mi hijo. Ahora, a pesar de estas condiciones adversas, estoy feliz de que podamos pasar un tiempo juntos. Para Santiago es una gran aventura; incluso comenzó a aprender cómo pedir que nos lleven en vehículo en la carretera. Él fue mi razón para salir de mi país y es mi motivación para seguir adelante”.
Durante décadas, la ciudad fronteriza de Cúcuta fue el punto de partida de las personas que escapaban de la inestabilidad de Colombia hacia una nueva vida. Hoy la situación es al revés y todos los meses más de 50.000 migrantes cruzan la frontera de Venezuela a Colombia. A continuación relatamos sus vivencias.
Para detener el ébola es importante ganarse la confianza de las personas que tienen buenos motivos para tener recelo.